lunes, 3 de marzo de 2008

Nuestra Experiencia

Iniciamos nuestro recorrido desde la Javeriana y nos fuimos caminando por la carrera quinta. Llegamos hasta la calle 33 donde vimos que en la carrera 6 había una carreta de zorra y estas estaban parqueadas junto a un grupo de viviendas.
Encontramos un “personaje” junto a las zorras. Le preguntamos si era posible acompañarlo en su recorrido y básicamente empezamos a hablar de su vida y de su trabajo. Le preguntamos por donde iría ese día y que si tomaba el mismo camino siempre, su respuesta fue: “Bogotá es tan gran grande que uno pa’que va a repetir lugar”. Después de relacionarnos y entrar en confianza con él, nos dejó acompañarlo a trabajar.


Nuestra mayor preocupación era que el caballo iba a llevarnos a todos, 8 personas incluida su esposa quien nos iba a acompañar, una fotocopiadora, un tanque de gasolina y una caneca de alumino. Cuando le comentamos, nos dice, “Frescos, ese man resiste mucho…eso aguanta!”. Nos explicó que hasta le ha cargado 2 toneladas y que “el man” (refiriendose a su caballo) va “fresco”.

Ya preparándonos para empezar el viaje, salieron todas las personas que vivián en ese lugar, a mirar que era lo que hacíamos ahí. Mientras amarrabamos la cámara al lomo del caballo, escuchamos una niña diciendo: “El caballo se va a volver fotógrafo”, lo cual nos llamo mucho la atención pues era lo que pretendiamos y fue una niña quien lo dijo en palabras sencillas.
Así que nos fuimos a “trabajar” con John, Nubia y Niño (nombre oficial del caballo). Debían ir a vender una fotocopiadora que funcionaba y le salia mejor venderla completa que por partes.

Nos fueron contando que su trabajo es como independientes; nadie los contrata.

Algo muy bueno que nos pasó fue que por alguna razón, nos sentíamos completamente seguros y tranquilos en la ciudad. Por el hecho de ir montados en una zorra, experimentamos nuestra ciudad desde otro punto, el cual siempre apartamos o que siempre tratamos de ignorar.

Cuando estamos distantes, una zorra nos da miedo o desagrado y preferimos alejarnos. Pero cuando “vivimos” una de ellas, se pierden todas estas sensaciones y comenzamos a aprender y entender una nueva forma de vida y nuestra propia ciudad. El sólo el hecho de ir en una zorra nos enseño que la ciudad es otra.

Otra cosa que nos llamó mucho la atención fue que John al momento de aceptarnos, se “apropió” y se hizo responsable de nosotros. Por ejemplo, cuando estábamos llegando a la 19 con 10, nos dijo: “pilas con las cosas porque estamos entrando en un ‘hueco’”.

Era impresionante ver como estaba a cargo de todo: nos cuidaba, cuidaba a su esposa, manejaba la zorra (que como pudimos ver es todo un arte), hacia negocios y respondía a todas nuestras preguntas.

A medio camino, en la carrera 8 con calle 15 nos paró la policia, a quienes les causo mucha gracia vernos montados en esta. Nos detuvieron por que la zorra debe estar registrada y no llevabamos placa (registrar la zorra vale $270.000 pesos) pero al policia le importo más vernos a nosotros, que la misma infracción. Su primera pregunta fue: "¿y toda esta gente qué?", luego le dijo a John que se colocara el chaleco con la placa y nos tomó varias fotos con su celular mientras reía.

Otras curiosidades de esta vivencia que vale la pena comentar: La gente en la calle nos miraba bastante raro. Algunos nos miraban de reojo, otros se reian. El caso era que llamabanos mucho la atención.Muchos no se quedaban callados mirando sino que nos gritaban cosas como: "¡Bogotá es Colombia!" (Con la respectiva chiflada), "¡Estas zorreras tan buenas!", en conclusion, eramos todo un espectáculo para la ciudad.

De la misma forma nos dimos cuenta que John comente todas las infracciones de tránsito posibles, pero alega y le molesta cuando alguien mas las hace.

El arte de manejar la zorra es algo impresionante. Frenarla no sólo consiste en parar el caballo, sino que también implica una técnica especial de frenado con los pies, la “direccional” es sacar y sacudir la mano. Es más, John llegó a discutir con un taxista que paró a dejar una persona y no colocó las estacionarias.

Este “transporte de tracción animal”, aparte de cumplir su labor de transportar a John y a su familia, también se convierte en transporte colectivo en la ciudad. Por ejemplo un niño que iba tarde para su colegio nos pidió si lo podíamos llevar hasta el colegio que quedaba a unas pocas cuadras.


En fín, fueron muchas las enseñanazas y las anécdotas que nos permitieron aprender estas pequeñas cosas que hacen de Bogotá algo único.

Natalia Ocampo/Lina López

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